lunes, 1 de septiembre de 2008

HISTORIA DE UN SUEÑO

Como cada día llego a casa a la misma hora, sobre las tres de la tarde, y, todo sigue como siempre, cada objeto perfectamente colocado en su lugar, inerte esperando ser útil. Entro con lentitud, dejo el bolso y la chaqueta en el perchero, cerrando la puerta tras de mí. Me dirijo a la cocina donde a través de la ventana abierta de par en par se ven algunas banderas blancas en las azoteas, ondeadas por la suave brisa de la tarde, tostadas, deslumbradas por el sol que las impregna de luz y de fuerza.
Esa misma brisa que ondea las banderas, llega a la copa de los naranjos en flor que hay en la avenida, dejando que el suave aroma del azahar trepe cual hiedra hacia el cielo y pase momentáneamente por mi nariz para recordarme que ya es primavera.

Salgo al pasillo, voy a mi habitación, es un largo camino. A la izquierda queda el baño, tan pequeño que parece una celda. A la derecha las otras habitaciones, una abierta, la otra cerrada con llave y al fondo está la mía. Me cambio de ropa y me preparo la comida.
Después me acomodo en el sillón negro del salón, mirando hacia la terraza. Allí en el edificio de enfrente hay varias formas de vida. Desde la pareja de ancianos en la que ella se dedica a limpiar durante todo el día mientras él mira la televisión, hasta la familia numerosa que a la hora de comer se reúne ante la mesa formando una gran algarabía.

¿Sabes? Hace poco yo también he cambiado de vida, me he mudado a una nueva ciudad. Es una ciudad encantadora, donde nunca hace frío, siempre nos acompaña el sol y, casi desde marzo, empieza el verano.
La gente está siempre alegre, será por el calor o quizás será por su forma de hablar.

Tenemos enormes calles de las que se han adueñado esos espantosos monstruos de metal, pero también tenemos pequeños rincones para perdernos, plazas con nombres de santos que me recuerdan a La Plaza, callejones de los que salen hermosas melodías y callejas donde de las ventanas de las casas cuelgan geranios de todos los colores, geranios como los suyos…

¡Mira! En mi balcón se ha posado un pajarito, es un gorrión que todas las tardes a la misma hora viene a visitarme, picotea el suelo buscando las migas de pan que se han caído.
Lo observo un rato y, me siento como él, me convierto yo también en un pajarito con unas hermosas alas, entonces vuelo sobre las nubes y atravieso grandes montañas y ríos caudalosos y caminos y pueblos y ciudades y bosques y llanuras y playas y acantilados y me encuentro en mi ciudad, con mi gente, donde todo sigue igual, como si el tiempo no hubiera pasado o como si yo no hubiese crecido.
Me veo, entonces, con cinco años, con aquel vestido de melocotones que tanto me gustaba. Estoy con ella en su jardín ¡¡viene un abejorro hacia mí!! ¡¡Me da miedo!! Y corro hacia ella que me sonríe y dice que no me pasará nada… y así es, cuando el insecto la ve, se da media vuelta y se marcha, ya puedo seguir regando las flores. Hay muchas alrededor de todo el patio, tenemos lirios, rosales, alcatraces, claveles y los geranios, los geranios son lo más bonito de todo, los hay de todos los colores: blancos, rojos, rosas... A mí el que más me gusta es el de color naranja. Ella dice que no es naranja sino color butano pero yo no sé cual es ese color…

En el centro del patio hay un níspero o ¿era un ciruelo? Ya no me acuerdo… pero sí recuerdo que era mi cabaña, me subía a él a esperar que tuviera sus frutos listos para comerlos. Desde allí los cogería fácilmente.
Me iba a quedar allí toda la primavera ¡yo quería coger la fruta ya!

Ese día me hizo bajar del árbol porque tenía una sorpresa para mí, pero primero tenía que alimentar a las plantas y después me la daría. Aquella vez no me importó que hubiera tantas flores, habría regado diez jardines como aquel.

Cuando terminé me cogió de la mano y me llevo hacia el fondo del jardín. Yo nunca iba, me daba miedo porque aquella era la casa de los abejorros, vivían allí. Ella me contó que aquel era el lugar donde el abuelo guardaba las herramientas del trabajo y donde el tío jugaba y guardaba sus caballos, ¡¡caballos de verdad y no de madera como pensaba yo!! Me dijo también que no pasaba nada por ir allí, que los abejorros no me harían nada si yo no los molestaba a ellos.
Me llevó dentro de la cuadra, me señaló el rincón más alejado y entonces, lo vi ¡¡ era una camada de gatitos!! Mi gata había tenido gatitos pequeños y muy bonitos, uno era blanco con manchas negras ¡parecía una vaquita! Otro era totalmente negro y era el que más llamaba la atención, los otros eran como su madre: blancos con manchas marrones de diferentes tonos.

De pronto el pajarito de mi balcón levanta el vuelo y se va y yo me tengo que ir con él, ahora me elevo sobre las nubes, sobre el firmamento, y sobre las estrellas y la veo otra vez con su traje negro, siempre vestía de negro; pero ya no tengo cinco años, estoy a punto de cumplir veinte y ella me vuelve a tender su mano para guiarme otra vez, pero el jardín ya no es el mismo de antes, los abejorros siguen ahí y yo ya no me puedo esconder detrás de su falda, pero igual que antes, al verla el abejorro huye. Me ha vuelto a salvar y estoy contenta por volver a reunirme con ella.

Es curioso pero cuando quieres a alguien nunca se va, puede que no la veas más, puede que no hables con ella todos los días pero resulta que se ha convertido en una parte de ti, una parte que te acompañara siempre y que nunca olvidarás .

Ella era tan fuerte… tenía un corazón tan grande… y gracias al cielo que ahora ella está dentro de mí dándome fuerzas para continuar por este largo camino, siempre cogida de su mano.
Sí murió ayer pero no se ha ido porque me tiene que defender de los abejorros, ella nunca me abandona.


EL PAJARO SE HA IDO Y ALGUIEN LLAMA A LA PUERTA.

ME QUEDA UNA MANO LIBRE

¿ERES TÚ?

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